Josep Maria Mestres dirige «La golondrina», obra de Guillen Clua inspirada en una de las mayores masacres de los Estados Unidos, con Carmen Maura y Dafnis Balduz como protagonistas. Hasta el 29 de septiembre en el Teatro Lope de Vega.

 «Hay sangre por todos lados», declaró sobrecogido el alcalde de Orlando, Buddy Dyer, la mañana posterior a la masacre acaecida en la discoteca Pulse, el 12 de junio de 2016. Cuarenta y nueve personas fallecidas y más de medio centenar de heridos fue el balance de un ataque que, en su día, fue considerado el peor de la historia de Estados Unidos realizado por un solo hombre armado. Omar Mir Seddique Mateen, hijo de padres afganos nacido en Nueva York, fue su único responsable, y pese a que el Estado Islámico se atribuyó la autoría, su progenitor especuló con que la homofobia podía haber sido la causa, y no la religión. De hecho aseguró haber visto a su hijo enfadarse tras observar cómo una pareja gay se besaba unos meses antes del atentado. Paradójicamente, varios testigos declararon que el propio Mateen había intentado tener citas con varones en el club de Florida, si bien, al ser abatido por la policía la misma noche de la matanza, estas y otras cuestiones no se llegaron a aclarar. Catorce meses después de aquella pesadilla, el Cervantes Theatre de Londres acogió el estreno mundial de La golondrina, texto inspirado en la misma, que el dramaturgo Guillem Clua puso en escena con la Spanish Theatre Company. A esas funciones les siguieron los estrenos de Atenas, Catania, Montevideo, y finalmente nuestro país, donde Josep Maria Mestres lideró el proyecto de Miguel Cuerdo para LaZona, con Carmen Maura y Félix Gómez en los roles principales.

Un pasado marcado por el terror

Concebida como un melodrama donde la pérdida es el motor principal, La golondrina no solo bebe de la tragedia de Orlando, sino de otras incluso más cercanas en el tiempo, como las sufridas en la Sala Bataclán de París, el paseo marítimo de Niza o las Ramblas de Barcelona. De ahí que su potente discurso nos impulse a reflexionar sobre el sinsentido del horror, las consecuencias del odio y las estrategias que utilizamos para que no nos destruyan el alma. Su argumento nos presenta a Amelia, una profesora de canto que recibe en su domicilio a Ramón, quien desea mejorar su técnica vocal para cantar en el memorial de su madre recién fallecida. El tema elegido, La golondrina, tiene un significado especial para él y, al parecer, también para la anfitriona, quien, a pesar de sus reticencias iniciales, accede a ayudarlo. A medida que la clase avanza, ambos personajes van desvelando detalles de un pasado marcado por el dolor. Un ataque terrorista, cuyo significado real —a la par que las motivaciones de su responsable y la alargada sombra de sus víctimas— provoca un enfrentamiento entre Amelia y Ramón, que les llevará a descubrir la verdad sobre aquellos tristes acontecimientos.

Atrapando al espectador

Ni que decir tiene que el texto de Guillem Clua es la base de una función a mayor gloria de sus intérpretes, comenzando por Carmen Maura, quien regresa a los escenarios tras aquella Carlota de Miguel Mihura, a la que dio vida en el Centro Dramático Nacional hace exactamente un lustro. Su papel de la rígida Amelia le sienta como un guante, permitiéndole hacer lo que mejor se le da; esto es atrapar al espectador en su tela de araña y manejarlo a su completo antojo. Y es que, dada su mimetización con la profesora de bel canto, por momentos tuvimos la sensación de que el texto estaba escrito para ella, nada más lejos de la realidad. A su lado, el actor catalán Dafnis Balduz podría considerarse una mera comparsa de la protagonista de Ay, Carmela, máxime cuando acaba de ‘aterrizar’ en Sevilla para sustituir al actor original del montaje, el sevillano Félix Gómez. Sin embargo, el intérprete de Vilanova i la Geltrú no solo cumple con nota en su compleja encarnación de Ramón, sino que a medida que avanza la función, va revelándose como el verdadero descubrimiento de la misma. Un personaje que se introduce en escena con la inseguridad que se espera de su juventud, pero que poco a poco va ganando en consistencia física y sobre todo discursiva. De hecho, esa evolución in crescendo, frente al poderío innato de la Maura, es parte del misterio que esconde la trama, bien llevada por Mestres, y provista de recovecos, giros de tuerca y parlamentos dignos de ser escuchados y aplaudidos. Como bien supo hacer el público del Lope de Vega, que no dudó en recompensar a los actores en pie y con una ovación tan cerrada, que nadie duda de su éxito. Complementando el trabajo actoral, la producción cuenta con el vestuario de Tatiana Hernández, que ilustra sin distraer; la práctica y «celestial» escenografía de Alessio Meloni, y la pulcra iluminación de Juan Gómez Cornejo.