El Lope de Vega acoge la adaptación teatral de la novela «El coronel no tiene quien le escriba», del Premio Nobel Gabriel García Márquez, con dirección de Carlos Saura. Imanol Arias y Cristina de Inza lideran el reparto.

Del segundo de los libros de Gabriel García Márquez la crítica siempre destacó su «germen de desmesura» en lo que al tiempo se refiere. Algo que más adelante se vería desarrollado en su obra cumbre, Cien años de soledad. En este sentido, para un escritor de prestigio como Caballero Bonald, la obra posee «la dinámica expresiva, la agudeza de la adjetivación, la atractiva estructura del texto», a lo que se une «una limpieza retórica muy especial, como si la poética de su autor no se hubiese perfeccionado todavía con el uso». De ahí que, al referirnos a la novela El coronel no tiene quien le escriba, tengamos que describirla como un modelo de sencillez literaria, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal. Esto es quizás lo que impulsó al realizador Arturo Ripstein a elegirla para su adaptación a la gran pantalla en 1999, con Federico Luppi y Marisa Paredes en los roles principales. Y es que, pese a ser el título más alejado del realismo mágico de cuantos ejecutó el escritor colombiano —de hecho se acerca más al imaginario decadente del cineasta de México—, el Premio Nobel jamás tuvo dudas acerca de su validez. «Yo creo que es mi mejor libro», afirmó con rotundidad en una entrevista concedida a su compatriota Alfonso Rentería en 1979, la cual dio lugar al ensayo García Márquez habla de García Márquez. «Además, y esto no es una boutade, tuve que escribir Cien años de soledad para que leyeran El coronel no tiene quien le escriba», sentenció.

Basada en hechos reales

Con semejantes mimbres no resulta extraño que Carlos Saura liderase el proyecto de trasladar a los escenarios la novela de 1957. Máxime cuando él, un hombre de cine, lleva toda la vida concibiendo imágenes a partir de palabras, sonidos o sueños. Esa es su mayor virtud, la de evocar. Y en el caso de El coronel no tiene quien le escriba, la acción pasa por ser una pura anécdota, relegada en todo momento al poder intangible de la poesía. Eso sí, pese a su sencillez, Gabo ideó el argumento sustentándose en todo momento en hechos reales. Así, el anciano militar no es sino un trasunto de su propio abuelo materno, Nicolás Ricardo Márquez Mejía, quien se batió el cobre en la Guerra de los Mil Días, acaecida en Colombia a finales del siglo XIX y principios del XX. Una contienda civil en la que su mando principal, Aureliano Buendía, terminó sus días «frente a un pelotón de fusilamiento», como indica el libreto de Natalio Grueso, ex director del Teatro Español, amigo personal de Woody Allen —fue mánager de producción en Asturias de la película Vicky, Cristina, Barcelona— y autor del éxito La soledad, novela traducida a varios idiomas que conmovió al mismísimo Paulo Coelho. Por cierto que la versión de Grueso, aunque con algunas licencias, es bastante fiel a la obra original.

Dos animales de la escena

Además de la dirección, el responsable de filmes como Sevillanas, Flamenco o Tango, se hace cargo de la escenografía de El coronel no tiene quien le escriba, confirmando que sus inquietudes artísticas no se limitan a una única disciplina. No tenemos claro si ha sido la decisión más acertada, pues aunque el decorado con fondo naif transmite el despojamiento inherente a la novela, por momentos resulta frío y excesivamente convencional. Y ello pese a la aportación lumínica de Paco Belda, un contrastado director de fotografía cuya carrera abarca cine, televisión, ópera y teatro. De todos modos, la de García Márquez es una historia de personajes, y no precisa de alardes técnicos para salir a flote y aun conmovernos. Como es lógico suponer, su principal atractivo radica en la pareja protagonista, un militar retirado y su esposa, aquí interpretados por Imanol Arias y Cristina de Inza. Dos animales de la escena a los que no es necesario presentar, y que cumplen con nota con su cometido. Si acaso reseñar que el primero retorna a las tablas tras varios años de ausencia, y la segunda lo hace sumando un nuevo título a su extenso curriculum —ha interpretado papeles en producciones escénicas de peso, desde El Misántropo de Molière, a Bodas de Sangre de Lorca—. Ambos actores son, con las luces y sombras de sus personajes, el alma de una función que resulta agradable a la vista y el oído pese al profundo drama que narra; un discurso que cala hondo pese a su aparente sencillez, y un montaje que convence pese a sus carencias de producción —«A buena hambre no hay mal pan»—. Para completar el cuadro, el realizador aragonés ha contado con tres secundarios contrastados. Por un lado Jorge Basanta, compañero de Arias en la serie de TVE Cuéntame como pasó, quien sobresale en el papel de don Sabas, y por otro Marta Molina, finalista de los Premios de la Unión de Actores 2017, muy solvente en sus tres roles. Y en medio de ambos, Fran Calvo, actor de largo recorrido cuya interpretación del médico merece destacarse.