Bibiana Fernández y Manuel Bandera traen a Sevilla «El amor está en el aire», una comedia musical que indaga en las relaciones de pareja y que viene salpicada de éxitos de Raphael, Ana Belén y Víctor Manuel, Alejandro Sanz o María Jiménez. Hasta el domingo 2 de diciembre en el Teatro de Los Remedios

Para entender los orígenes de los musicales tendríamos que remontarnos, como mínimo, cuatro siglos atrás, pues ya los italianos de la Commedia dell’Arte introdujeron un modelo de función donde se alternaban sketches cómicos entre las presentaciones de ópera. Algo que se verá incrementado profusamente a lo largo de los siglos posteriores especialmente el XIX, cuando el show business se nutra de diversos espectáculos como el vodevil, el burlesque, el cabaret o el music hall. Todos ellos con una premisa en común: la del entretenimiento puro y duro. En el caso de España, la posguerra dio paso a un género propio y castizo llamado «musical folclórico», donde la copla, el cuplé y otros estilos convivían plácidamente con los conflictos de corte sentimental creados por autores como Muñoz Ríos, Chueca, Fuencarral, Quintero, León o Quiroga. Así surgen espectáculos de gran peso en los años cuarenta y cincuenta como Zambra, Desfile de estrellas, Solera de España o La copla nueva, que consiguen lanzar al estrellato a Pastora Imperio, Concha Piquer, Manolo Caracol, Luisa Ortega o la inefable Lola Flores. Un género patrio que supondrá el antecedente de la comedia musical actual y que, como es lógico, se verá fuertemente influenciada por los modelos extranjeros, especialmente franceses, británicos y norteamericanos.

Una trama «invertida»

El caso que nos ocupa, El amor está en el aire, comedia musical escrita y dirigida por el guionista canario Félix Sabroso (Los años desnudos) y conducida musicalmente por Tao Gutiérrez, es una nueva vuelta de tuerca al género, pues si bien recuerda a la etapa dorada del mismo —es inevitable señalar las ‘revistas musicales’ que hicieron furor en los años sesenta y setenta—, lo hace desde la sencillez y la cercanía, algo consustancial a los tiempos que corren. Su propuesta, irónica, sofisticada y brillante por momentos, se despliega articulada a lo largo de diez escenas o sketches, acompañados de un ramillete de canciones, e indaga en las relaciones de pareja desde diversos puntos de vista. Así, los espectadores pueden disfrutar de un leitmotiv principal, el amor, pero al que se unen otros temas aledaños, caso de la pareja, el matrimonio, el sexo, la infidelidad, la dependencia, la renuncia, las mentiras, el desengaño o el olvido. Para orquestar esta trama «invertida» —el montaje arranca con un ocaso sentimental, para ir después desgranando el resto de la historia—, Sabroso cuenta con dos actores de prestigio que, de inmediato, conectan con el público: Bibiana Fernández y Manuel Bandera. Ellos son, al margen del texto y el exquisito y bien trenzado repertorio musical —hay canciones de Raphael, Rocío Dúrcal, Armando Manzanero o Salomé—, el motor de este montaje; y su presencia, mágica y carismática, la razón del mismo.

Fernández, Bandera y González

Dotado de un decorado más que correcto y una iluminación acorde, quizás lo más destacado de la producción de El amor está en el aire sea su vestuario, firmado por David Delfín y Paola Torres. Elemento que salta a la vista especialmente en la figura de Bibiana Fernández, quien demuestra una increíble mordacidad amén de su natural soltura de palabra. En el caso de Manuel Bandera, siempre elegante y magnético, sus dotes actorales brillan especialmente a la hora de enfrentarse a las canciones, confirmando un talento innato para este género exhibido anteriormente en espectáculos como La Bella y la Bestia o Cabaret. La suma de ambos es todo un acierto, como lo demuestran sus muchas funciones en Madrid y una gira a lo largo y ancho del país. Aunque tan importante como ellos es Guillermo González, pianista del espectáculo y encargado de acompañar cada situación con preciosas melodías que marcan el ritmo de la función. Y es que con este solvente trío el público ríe, vibra, sufre y se relaja; pero también reflexiona, que es lo mínimo que debemos exigirle a una comedia sentimental firmada por un experto en la materia.