El Teatro Lope de Vega acoge el montaje «Moby Dick», adaptación de Juan Cavestany de la famosa novela de Herman Melville, con José María Pou en el papel principal. Dirige el multipremiado Andrés Lima y produce Focus.

El 20 de noviembre de 1820, un ballenero de Massachusetts llamado Essex se fue a pique tras ser embestido por un enorme cachalote en medio del Pacífico Sur. El Essex, un buque de tres palos y treinta metros de eslora, pesaba 238 toneladas, pero aun así el animal pudo con él y su tripulación. En consecuencia, estos se vieron abandonados y a merced de las olas junto a su capitán, el joven de veintinueve años George Pollard Jr., logrando arribar, milagrosamente, a una isla deshabitada. Lo que aconteció justo después a este puñado de hombres reviste tal dramatismo que mereció la atención del oscarizado Ron Howard (Una mente maravillosa, Frost/Nixon), quien supo plasmarlo con acierto en la película En el corazón del mar. Curiosamente esta cinta de 2015, protagonizada por Chris Hemsworth —‘Thor’ para los amigos— se presentaba como la historia real que inspiró una de las novelas más famosas de todos los tiempos, Moby Dick, y miren por dónde, apenas tres años después, el mítico enfrentamiento entre el hombre y la bestia marina vuelve a estar de actualidad por su adaptación a los escenarios de España.

«Nunca abandones tus sueños»

Según nos explica el escritor mexicano Gerardo Piña, «Moby Dick es la declaración de los sueños de juventud de Herman Melville (1819-1891)», cuyo anhelo era convertirse en un gran escritor a partir de verter su experiencia como marinero; de ahí que confiase en que su novela sobre la ballena blanca «fuese la obra que lo acreditara como tal». Sin embargo, las aspiraciones del joven oficinista de Nueva York pronto se vieron truncadas ante el escaso éxito de su novela. Y es que Moby Dick no sólo se estrelló a nivel comercial, sino que sufrió el despreció de Joseph Conrad, quien se negó a escribir el prólogo tras afirmar que no había encontrado «nada importante ni verdadero en ella». Pese a todo, el empleado de aduanas no dejó de creer en su talento, y frente a la indiferencia de Conrad y el escaso respaldo de los lectores, respondió colocando un cartel frente a su escritorio con la frase: «Nunca abandones tus sueños».

Cavestany vs Melville

Una muestra de su inquebrantable fe fue el nombre elegido por Melville para uno de los personajes centrales de Moby Dick, el joven Ismael, que significa «Dios escucha». Alguien que, frente a «la locura enloquecida» del capitán Ahab —quien sólo tiene ojos y oídos para la venganza—, representa el lado más humano de esta historia. Ese era precisamente el reto al que se enfrentaba Juan Cavestany a la hora de adaptar las 700 páginas de la novela al teatro: plasmar en ochenta minutos la lucha filosófica entre la razón y el delirio, la fuerza bruta y el poder de la inteligencia, los sentimientos y la acción. Y no cabe duda de que el dramaturgo madrileño, ganador del Premio Max por Urtain, ha cumplido con creces, pues al hecho de condensar la desmesura de la obra decimonónica en apenas hora y veinte hay que sumarle el mérito de conservar el tono de época sin renunciar a su lectura posmoderna. Un libreto que en manos de Andrés Lima adquiere la fuerza visual necesaria para conquistar a los espectadores del siglo XXI.

Del Rey Lear al Capitán Ahab

Aunque si hemos de destacar algo en esta soberbia adaptación de Moby Dick es sin duda la presencia de José María Pou, un tótem de los escenarios que, al igual que en aquel montaje de El Rey Lear—que tuvimos la suerte de disfrutar en Sevilla hace exactamente diez años—, logra captar la atención del respetable desde el primer lamento. Y es que Pou es de esos actores que trascienden montajes y textos; una suerte de Laurence Olivier patrio cuyo dominio de la técnica le ha llevado a interpretar tanto a Shakespeare como a Yasmina Reza, logrando siempre el sobresaliente. Su discurso en el rol de Ahab, grave, potente y sobrecogedor, se ve reforzado por la réplica de Ismael/Starbuck, un atinado Jacob Torres que inicia su discurso desde la jarcia, y especialmente de Pip, un simiesco Oscar Kapoya que exhibe un ramillete de recursos a bordo del Pequod. En cuanto al apartado técnico, todo parece estar a favor del viento: desde la escenografía y el vestuario de Beatriz San Juan a la iluminación de Valentín Álvarez. Eso sin olvidar la videocreación de Miguel Ángel Raió y el espacio sonoro de Jaume Manresa. En suma, el Moby Dick de Lima y Pou navega con rumbo fijo desde que se alza el telón, confirmando aquel dicho de Pierre Corneille: «Sin riesgos en la lucha, no hay gloria en la victoria».