Shari Lapena, quien sorprendió en 2016 con «La pareja de al lado», regresa con «Un invitado inesperado», novela cuya trama homenajea a la dama del misterio y que nos traslada al Mitchell’s Inn, un hotelito en las montañas donde diez huéspedes se encuentran aislados por la nieve y a merced de un asesino

Ya pasen cincuenta, ochenta o doscientos años, los libros de Agatha Christie continuan fascinando a los lectores, independientemente de su edad, nivel cultural o credo. Es lo que tiene ser la maestra indiscutible del suspense, por más que Raymond Chandler, Patricia Highsmith o Camilla Lackberg intentasen disputarle el trono. Pues bien, al igual que nuestra cultura no podría entenderse sin el influjo de La Odisea, el Quijote o cualquier creación de William Shakespeare, resulta casi imposible que aquellos que nos dedicamos a la escritura no sintamos la tentación de evocar-homenajear-imitar a la gran autora británica. Ya ocurrió entre sus contemporáneos, desde Anne Meredith —de quien reseñé hace unos meses la extraordinaria Crimen en Navidad— a Marion Harvey, Molly Thynne o Annie Haynes; esta última, su principal rival durante la «Golden Age». Aunque pocos han logrado acercarse tanto, y a la vez distanciarse lo suficiente, como Shari Lapena, una abogada canadiense que, con un estilo natural y fluido, logró situar su novela La pareja de al lado entre los libros más vendidos de 2016. Luego llegaría Un extraño en casa, intenso thriller que volvió a obtener el respaldo de los lectores, y por último Un invitado inesperado, de la que vamos a hablar a continuación.

Atrapados en la nieve

Este nuevo título, publicado en España por la editorial Suma de Letras a inicios de 2019, nos lleva hasta el Mitchell’s Inn, un hotelito con encanto situado en las montañas de Catskills, en el condado de Nueva York, donde un grupo de huéspedes llega para pasar el fin de semana. De este modo, el lector conocerá a Gwen y Riley, dos amigas que pretenden desconectar y, de paso, tratar de superar el trauma que oprime a una de ellas. O a David Paley, un abogado de cuarenta años que viaja solo, al igual que Candice, de profesión escritora. Por su parte, Beverly y Henry intentan salvar su deteriorado matrimonio, Dana y Matthew tratan de desestresarse antes de su boda y Lauren e Ian simplemente desean gozar de su relación. Para atender a dichas personas, figuran James, el dueño del hotel —quien también ejerce de cocinero— y su hijo Bradley, un muchacho veinteañero al que se le da bien servir copas y entablar conversación con los clientes. El Mitchell’s Inn presume de contar con acogedoras habitaciones, elegantes chimeneas y una bodega bien surtida. Es decir, un alojamiento a la antigua usanza ideal para disfrutar del esquí, los paseos por la naturaleza o el simple descanso. Pero cuando una violenta tormenta tiñe de nieve las montañas y corta la electricidad, el grupo se verá completamente aislado del resto del mundo. Nadie puede entrar… ni salir. Entonces descubren el primer cadáver, y la horrible verdad sale a la luz. Tienen a un asesino entre ellos. Y no hay escapatoria.

Un juego de guiños

No hace falta ser un genio para deducir que, con semejante argumento, Un invitado inesperado es una suerte de revival o actualización de una de las obras teatrales más célebres de Agatha Christie, La ratonera. Esa que, por si alguien aún no lo sabe, figura en el Libro Guinness de los Récords como la más representada de la historia —66 años ininterrumpidamente en los escenarios de Londres—. No en vano, ambas historias se desarrollan en un pequeño hotel, ambas cuentan con personajes variopintos que esconden secretos y ambas están salpicadas de sangre y nieve. Aunque no sería justo comparar la obra de Lapena exclusivamente con el drama estrenado en los cincuenta, pues sus 368 páginas también recuerdan a Diez Negritos, Asesinato en el Orient Express e incluso Muerte en el Nilo. Es decir, la tríada de éxitos de la Christie, cuyas versiones cinematográficas, televisivas e incluso del mundo de los videojuegos, llevan décadas cautivándonos. Eso sí, la autora posee capacidad de sobra para articular una trama envolvente a instancias de la británica, si bien el juego de guiños le sienta fenomenal. Esa es la mayor virtud de su relato, el saber hallar el equilibrio entre los recursos de su predecesora y los suyos propios, combinándolos de tal manera que, en determinados momentos, se nos olvida que los personajes residen en el siglo XXI y no en la primera mitad del XX. A ello contribuye el despojamiento de toda tecnología —tanto en la teoría como en la práctica—, los usos cotidianos del establecimiento hotelero y la manera de retratar a los personajes. En suma, una delicia para los fans de la novela de suspense y un gran descubrimiento para los que aún no lo son, que, por si fuera poco, cuenta con un final a la altura.