Desde que Tirso de Molina alumbrase El burlador de Sevilla en la segunda década del seiscientos, el personaje de Don Juan no ha dejado de fascinarnos. Hasta cuarenta versiones distintas llegaron a circular por Europa antes de 1900, muchas salidas de la pluma de genios como Molière, Mérimée o Alejandro Dumas. En el terreno patrio la lista incluye a Calderón de la Barca, José de Espronceda o Campoamor, si bien la mayoría de españoles conoce el mito a través de José Zorrilla.

Aunque la mayoría de estudiosos señalan al fraile mercedario Tirso de Molina como el creador del seductor más famoso de todos los tiempos —otros apuestan por Andrés de Claramonte— lo cierto es que muchos de sus rasgos aparecen ya en el siglo XI en la figura árabe de Abu ‘Amir, protagonista de El collar de la paloma, del autor Ibn Hazm de Córdoba. Su carácter proto-donjuanesco es evidente, según el filólogo Américo Castro, quien además nos recuerda que «en ese aristócrata, veleidoso y presa del aburrimiento, se halla la fuente remota de El burlador de Tirso». Asimismo Márquez Villanueva alude a un relato de Dion Casio, historiador y senador de la Antigua Roma, en el que alguien azota la estatua de su enemigo muerto, «pero esta parece recuperar la vida y lo mata después a golpes»; lo que parece confirmar que el arquetipo comenzó a gestarse mucho antes. De un modo u otro, es durante los siglos XVIII y XIX cuando el mito de Don Juan comienza a consolidar su fama mundial. Primero a través de Molière, cuya tragicomedia Dom Juan ou le Festin de Pierre transforma al personaje en un «intelectual epicúreo», en palabras del exdirector de la Comédie francesa, Jean-Pierre Miquel. Y más tarde con las aportaciones románticas de Byron, Dumas o Espronceda, quienes ven en él un símbolo de rebeldía frente a las convenciones sociales.

Monumento a Don Juan en la Plaza de Refinadores (Sevilla).

De seductor irredento a héroe romántico

Nacido en Valladolid un 21 de febrero de 1817, José Zorrilla y Moral era hijo de un conservador carlista y una mujer muy piadosa. Debido a los desempeños laborales del padre, la familia vivió en ciudades como Burgos, Madrid o Sevilla, donde el escritor, todavía un niño, situaría la trama de su obra más famosa casi dos décadas después. Esto nos confirma que el escenario narrado en su Don Juan Tenorio (1844), posee numerosas conexiones con la realidad, como veremos más adelante. Teniendo en cuenta que la versión romántica del tema de Don Juan despojó a este de su grave lección moral, la idealización del seductor eterno e irresistible, ídolo de un panteísmo erótico, es completamente ajena a la intención de Tirso. De hecho, como bien apunta Justo Fernández López, «si Don Juan no fuera católico creyente, su rebeldía contra los poderes sobrenaturales perdería su grandeza; si fuera un vulgar libertino, su figura perdería todo su esplendor legendario». De ahí que la visión de Zorrilla fuese la más afortunada y la que todavía se sigue representando en numerosos municipios españoles a primeros de noviembre. Y es que, a diferencia de Tirso de Molina, José Zorrilla transforma al personaje fanfarrón incrédulo en un héroe con el que llegamos a simpatizar en muchos momentos, y que contra todo pronóstico termina salvando su alma gracias al amor de Doña Inés.

Estatua de José Zorrilla en Lerma (Burgos), uno de los muchos lugares donde residió

Un estreno poco afortunado

Tras la muerte de Fernando VII y el acceso al trono de Isabel II, José Zorrilla padre es desterrado a Lerma (Burgos), enviando a su hijo a estudiar Derecho a la Universidad de Toledo. No obstante, al poco de iniciar la carrera el futuro escritor comienza a interesarse por asuntos bien distintos a los académicos, como el dibujo, las novelas de Walter Scott y, sobre todo, las mujeres. Tras ser amonestado en repetidas ocasiones por su progenitor, termina por huir a Madrid, iniciándose en los quehaceres literarios y artísticos y frecuentando los ambientes bohemios de la ciudad. Pese a sufrir numerosas estrecheces, Zorrilla comienza a labrarse un futuro en la capital de España, especialmente a partir de la muerte de Larra (1837), en cuyo funeral recita unos versos que lo consagrarán como poeta. Dos años más tarde estrena su primer drama en el Teatro del Príncipe, iniciando una carrera ascendente que le llevará a firmar un contrato en exclusiva con el empresario Juan Lombía, lo que dará lugar a un total de 22 espectáculos entre 1840 y 1845. Uno de ellos, Don Juan Tenorio, verá la luz un 28 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz, siendo su protagonista Carlos Latorre y recibiendo —aunque hoy pueda parecernos sorprendente— una fría acogida por parte de la crítica. Sin embargo, la obra zorrillesca irá ganando adeptos poco a poco, llegando a sustituir con el paso del tiempo al drama No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, de Antonio de Zamora, que venía representándose año tras año, desde 1744, el Día de Todos los Santos. ¿A qué debemos este repentino cambio? Los especialistas aún no se ponen de acuerdo. Tal vez sea el ritmo ágil, la rima fácil de sus versos, la personalidad seductora de Don Juan, la candidez y bondad de Doña Inés, la facultad redentora del amor… o su innegable acerbo católico.

Carlos Latorre, primer actor en encarnar al personaje de Don Juan Tenorio (1844).

Noticias del apellido Tenorio

La familia Tenorio en la que se basó Zorrilla existió en realidad y según el Diccionario Heráldico y Nobiliario de los Reinos de España procedían de Galicia. Los hermanos García Carraffa lo explican de este modo: «el lugar denominado Tenorio (hoy parroquia) es muy antiguo en Galicia y pertenece actualmente al Ayuntamiento de Catovad, del partido judicial de Puente-Caldelas de la provincia de Pontevedra. De dicho lugar es originaria la ilustre y noble familia de Tenorio, cuyo primitivo fundador lo tuvo en señorío, de lo que se derivó que sus descendientes tomaran por apellido el nombre del lugar». Antes que el autor vallisoletano, Tirso los situó en Sevilla tras colaborar con San Fernando en la conquista de la ciudad. En el repartimiento les correspondió unos terrenos próximos al actual convento de San Leandro, situado en la plaza del mismo nombre, donde en el siglo XIII se hallaba la Mezquita del Coral así como unos baños árabes. No obstante un siglo después se enfrentaron a Pedro I el Cruel y fueron desposeídos de los terrenos, ocupando el lugar las monjas agustinas, quienes establecieron el germen del convento en 1369. Pese a todo, los Tenorio no abandonaron jamás la ciudad, y a mediados del XVI la tradición los ubica en el barrio de Santa Cruz, concretamente en la calle del Chorro, lugar por el que corrían las aguas cuando se desbordaban los conductos procedentes de los Caños de Carmona, y que por entonces discurrían por el muro del agua. En 1895 la calle se rebautizó con el nombre del fundador del Hospital de los Venerables, Justino de Neve.

Placa ubicada en la calle Justino de Neve (Sevilla).

La Hostería del Laurel

La tradición nos cuenta que en esta antigua «casa de gulas» se alojó José Zorrilla en 1840 durante uno de sus viajes, sirviéndole de inspiración para situar las primeras escenas de Don Juan Tenorio. En 1978 el padre del actual dueño adquirió la propiedad del restaurante y en 1989 se creó un acogedor hotel que se ubica en el mismo edificio del barrio de Santa Cruz. Un negocio que, tras llegar a un acuerdo con la cadena valenciana Casual Hoteles, reabrió sus puertas en 2017 completamente tematizado. De este modo los viajeros de todo el mundo pueden conocer el mito donjuanesco pernoctando en alguna de sus 21 habitaciones decoradas para la ocasión. Pese al encanto del lugar, la plaza de los Venerables de 1545 —aquella en la que Zorrilla sitúa a personajes como Cristófano Buttarelli— dista mucho de la actual. Por entonces su entorno contaba con un callejón llamado de San Diego, justamente en uno de los costados de la Hostería, desde el cual se llegaba a la plaza de los Desafíos. Este, curiosamente, era uno de los sitios predilectos de los sevillanos para retarse a muerte…

Establecimiento ubicado en la Plaza de los Venerables.

Doña Ana de Pantoja

No lejos de la Hostería del Laurel se encuentra la plaza de la Alianza, donde algunos aún tratan de localizar la casa de Doña Ana de Pantoja, futura esposa de Don Luis Mejía —personaje con el que compite Tenorio—. Precisamente en la escena que se desarrolla en esta enclave, el galán intenta arrebatarle su amada a Don Luis. En cuanto a lo puramente histórico, catorce años antes del estreno del drama zorrillesco la zona adoptó el nombre de Plaza de la Alianza, pues hasta ese momento había sido llamada Consuelo (siglo XV) y Pozo Seco (siglo XVI). Hoy posee una fuente central y un mural presidido por una imagen cristífera —el Señor de Santa Cruz— que se suma a la hipnótica visión de la Giralda. Por cierto que el título le viene de una taberna que existió en el lugar.

Plaza de la Alianza

En busca de Doña Inés

Más difícil de localizar es el convento donde ingresó como novicia Doña Inés, personaje clave del drama romántico e incontestable aportación al mito por parte de Zorrilla. Si nos atenemos a la cruz que lucen las religiosas, este pertenecería a la Orden de las Calatravas, de ahí que debamos dirigir nuestros pasos hacia la calle homónima. En efecto en la calle de Calatrava existió un convento del que hoy apenas queda rastro. No obstante este era masculino y se ubicaba en la entonces llamada calle de San Benito. Probablemente Zorrilla debió conocerlo durante sus visitas a Sevilla, pues en 1844 la comunidad llevaba ocho años extinguida. Tras ser desamortizado y utilizado como almacén, pasaría a transformarse en casa de vecinos, y tiempo después recuperaría su uso original. Entre 1869 y 1885 fue el convento femenino de las Dueñas. Hoy solo se mantiene en pie la capilla, aunque desacralizada y con un uso bien distinto: es el salón de actos del colegio de la SAFA Nuestra Señora de los Reyes. Por otro lado, y volviendo al argumento de Don Juan Tenorio, el Comendador de la Orden, Don Gonzalo de Ulloa, tendría su domicilio en la plaza de Doña Elvira, desde donde se dirigiría a la Hostería del Laurel para revocar el compromiso de su hija. En el siglo XVI el lugar se correspondía con una manzana de casas delimitada por las calles Vida, Ataúd y Caballos llegando a acoger un Corral de Comedias. Dicha manzana fue demolida en la primera mitad del siglo XIX, surgiendo entonces la plaza actual.

Plaza de Doña Elvira

El diablo a las puertas del cielo

Tras desafiar al Comendador y humillar a su propio padre, Don Juan es prendido al final del primer acto junto a Don Luis y conducido a un calabozo por parte de dos alguaciles. Todo indica que este debía encontrarse en la antigua cárcel de Sevilla, pues ya en el siglo XIV se tiene noticia del presidio situado en la esquina de Sierpes con Bruna. Al margen de la ficción, entre sus paredes estuvieron ilustres como Cervantes, Mateo Alemán o Martínez Montañés, quedando deshabitada durante la epidemia de peste de 1649 —por aquel entonces llegaron a perecer hasta los carceleros—. Pese al inesperado contratiempo, Don Juan logra escapar con la ayuda de su criado Marcos Ciutti, poniendo en marcha la maquinaria que le llevará a burlar a Doña Ana, secuestrar a Doña Inés y poner fin a la vida de sus enemigos en un breve lapso de tiempo. Esto último tiene lugar tras la célebre escena ‘del sofá’ («¿No es cierto, ángel de amor…?»), en una quinta al otro lado del Guadalquivir que Zorrilla no llegó a especificar jamás; si bien la tradición la sitúa en la Hacienda Valparaíso de San Juan de Aznalfarache, justo a 400 metros de Simón Verde. Construida en el siglo XVIII como Casa-Palacio en estilo barroco sevillano, era utilizada por el Conde de Peñaflor como residencia de verano. Como curiosidad, dicha hacienda cuenta con un cementerio de perros desde principios del siglo XX.

Hacienda Valparaíso (San Juan de Aznalfarache).

Apoteosis del amor

El último acto se cierra con la visita de don Juan al panteón familiar. Allí descansan tanto sus víctimas como la propia doña Inés, cuyo fantasma se le aparece para instarle al arrepentimiento. Parece ser un hecho probado que una familia Tenorio tuvo cementerio propio, extramuros de Sevilla, donde hoy se ubica el Instituto Murillo. Y lo sabemos por el hallazgo de viejas lápidas en el subsuelo mientras se construía el pabellón para la Exposición Iberoamericana de 1929. Una de ellas revela precisamente el nombre de Don Juan Tenorio. Antes de la redención final en brazos de doña Inés, el galán reconvertido a héroe cae a manos del capitán Centellas en la puerta de su casa. De nuevo hemos de recurrir al testimonio popular para situar la escena, siendo en esta ocasión la calle Génova —actual Avenida de la Constitución— donde tendría lugar el duelo. Casualidad o no, a pocos metros de este sitio hoy se ubica un establecimiento dedicado al personaje, Don Juan de Alemanes, demostrando que la obra de Zorrilla está más vigente que nunca.


Sede del Instituto Murillo en el antiguo Pabellón de Argentina de la Exposición Iberoamericana de 1929.

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