¿Sabía que el fundador de la dinastía de compositores fue posadero a la par que músico? ¿O que Johann Strauss II mantenía una gran amistad con el emperador Francisco José I? ¿Desde cuándo se celebra el concierto de Año Nuevo en Viena?

Que el judío Franz Borgias Strauss fuese encontrado ahogado en las mismas aguas que su nieto inmortalizara décadas después en una partitura puede parecer una paradoja, pero lo cierto es que la familia Strauss, responsable de que el Año Nuevo tenga color austriaco, no fue precisamente convencional. Huérfano desde los doce años —un lustro antes del accidente en el río Danubio, Johan Strauss I había perdido a su madre—, el fundador de la dinastía de compositores vieneses fue posadero a la par que músico. Su formación autodidacta y su tardía afición por el violín no le supusieron ningún obstáculo para tocar en una orquesta de cuerda, rivalizar con Josef Lanner —verdadero reformador del vals— y alumbrar la inmortal ‘Marcha Radetzky’, que acompañamos con palmas cada 1 de enero. Si a esto le unimos su pasión por el sexo contrario —tuvo seis hijos con su esposa Ana María y otros cinco con su amante Emily— y el hecho de que falleciese con apenas cuarenta y cinco años, no cabe duda de que nos hallamos ante un auténtico personaje novelesco. En ese sentido tampoco debe sorprendernos su negativa a que Johann Strauss II, su hijo y sucesor, se convirtiese en músico —casi todos los expertos coinciden en que padre e hijo rivalizaban tanto en ese terreno como en el político—. Sin embargo, tras abandonar los estudios mercantiles y obtener el apoyo de su madre, el joven Johann se volcó con los instrumentos y montó su propia orquesta. Entre los logros posteriores figuran su nombramiento como director de música de la Corte Imperial, gracias a su excelente relación con el emperador Francisco José I —marido de Sissi—, la irrupción en la ópera y la creación de piezas inolvidables como ‘El Murciélago’, ‘El Vals del Emperador’ y, sobre todo, ‘El Danubio Azul’. Por su parte, Josef Strauss, el tercer miembro de la saga, estaba destinado a hacer carrera en el ejército, pero tras desoír una vez más a su progenitor, siguió la estela de su hermano y se enfrascó en la polifonía. Y aunque no llegó siquiera a acercarse a la genialidad de Johann, sus partituras son bastante apreciadas por los críticos.

Viena, 1939

Escena de un vals, en un salón decimonónico

En 1925, con motivo del centenario del nacimiento de Johann Strauss II, la Filarmónica de Viena quiso rendirle homenaje con tres grandiosos conciertos liderados por Clemens Krauss. Este director especialista en Wagner se convertiría, catorce años después, en el conductor de un concierto extraordinario de Año Nuevo, aunque en realidad tuviera lugar el 31 de diciembre. En aquella ocasión solo se interpretaron obras del segundo de los Strauss, concluyendo el repertorio con la obertura de ‘El Murciélago’, si bien lo verdaderamente significativo era la situación de Viena y, a su vez, la del resto del mundo, pues acababa de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. El Anschluss —anexión de Austria a la Alemania de Hitler— tuvo una nefasta repercusión en la orquesta vienesa: trece músicos fueron deportados, otros huyeron o perecieron en campos de concentración y todos aquellos casados con mujeres judías fueron estigmatizados como Halbjuden (semijudíos). A esto se unía la amistad del director de la Filarmónica, Clemens Krauss, con Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi… Pese a todo la música no dejó de sonar en Austria cada primero de enero, exceptuando el invierno de 1945, popularizando los valses y las polkas de la familia Strauss y contagiando a toda Europa a mediados de los cincuenta. Hecho que se confirmó en 1959 con la primera retransmisión televisiva del concierto. Por aquel entonces la dirección estaba en manos de Willi Boskovsky —Krauss había fallecido cinco años antes—, quien logró aglutinar a numerosos fans durante el cuarto de siglo que estuvo al frente de la Filarmónica. Como curiosidad, y siguiendo la costumbre de la familia Strauss, Boskovsky dirigía a la manera «Vorgeiger», es decir, sirviéndose del arco del violín a modo de batuta. Sin embargo fueron su sencillez y ligereza interpretativas, amén de su humor, lo que lo convirtieron en un artista único. Tras la retirada de Boskovsky en 1980 —quien logró reunir a más de 700 millones de seguidores en las retransmisiones televisivas—, el norteamericano de origen francés Lorin Maazel tomó el testigo, revitalizando los esquemas del concierto e imprimiendo un nuevo dinamismo al conjunto austriaco. Su excelente labor, compaginada con su cargo de director de la Ópera de Viena, se mantuvo durante seis años, siendo relevado en 1987 por una leyenda de la música, Herbert von Karajan, quien poco antes de su fallecimiento nos regaló un concierto lleno de excentricidad y talento. En los años posteriores se sucedieron profesionales de la batuta como Claudio Abbado, Carlos Kleiber, Zubin Metha, Riccardo Muti o Gustavo Dudamel.