Un año más, la Catedral acogerá el célebre «Miserere» de Eslava, como prólogo a la Semana Santa. El concierto tendrá lugar este sábado 13 a cargo de la Asociación Coral de Sevilla

El 21 de octubre de 1807, en una pequeña pedanía del Valle de Egüés cercana a Pamplona, Burlada, nacía Miguel Hilarión Eslava, quien con el tiempo se convertiría en compositor, musicólogo y uno de los mayores defensores de la ópera española en el siglo XIX. Según reza el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, «sus padres, propietarios de la casa solariega conocida bajo el nombre de Benitorena, gozaban de una posición económica holgada y, a Hilarión Eslava, único hijo varón y, por tanto, heredero de la estirpe familiar, le dieron una educación esmerada». No en vano, Eslava poseía un talento especial y dedicó un gran esfuerzo a todo lo que se proponía, por lo que a los ocho años había finalizado su educación primaria. Al año siguiente, ya formaba parte del coro de la catedral de Pamplona, donde tenía por maestro a Mateo Giménez; a los diecisiete pasó a ser violinista de la misma catedral y tiempo después se desplazó hasta la ciudad riojana de Calahorra, para formarse en las enseñanzas de corte italianizante de Francisco de Secanilla. Su carrera ascendente continuó en la catedral de Burgo de Osma (Soria), donde fue maestro de capilla entre 1828 y 1832, año en que pasó a ocupar el mismo puesto en la catedral de Sevilla, con apenas 25 años y tras superar unas oposiciones.

 

Una tradición secular

En la ciudad de la Giralda, el navarro es ordenado sacerdote, dedicándose en cuerpo y alma a estudiar el archivo catedralicio y, también a componer sus tres óperas italianas: Il solitario del monte selvaggio (estrenada en Cádiz en 1841), La tregua di Ptolemaide (presentada en la misma ciudad un año después) y Pietro il Crudele (Sevilla, 1843). La razón primordial que le empujó a realizar música escénica fue la reducción de sus emolumentos a cuatrocientos ducados. Una situación que le obligó a buscar nuevos recursos económicos y que, a la larga, disgustó al cabildo sevillano, que no contempló con buenos ojos el nuevo camino emprendido por su maestro de capilla. Al margen de sus óperas, Eslava alumbró muchas obras religiosas, entre ellas el célebre Miserere que, heredero de una tradición anterior, se incorporó a los hábitos de los sevillanos durante la Semana Santa. Pese a su fama, este no fue el único compuesto a lo largo de su carrera, llegando a estrenar un total de cinco, si bien, según el estudioso José López-Calo, «de los otros cuatro, el que suscribe no puede precisar cuál de ellos destinó el autor, según las propias tradiciones locales, a cada una de las ciudades de Utrera, Marchena, Arcos de la Frontera y Jerez». Se da la circunstancia que, desde finales del siglo XVII, era costumbre en Sevilla componer un nuevo Miserere cada dos años, hecho que Eslava se veía obligado a cumplir. Sin embargo, tras realizar un primero en 1835, el segundo no llegó a ver la luz completo, ya que, en 1836, y por problemas económicos, el cabildo tuvo que suprimir la capilla de música antes de la Semana Santa. De este modo, se limitó a escribir solamente dos números nuevos, además del Christus, y en esa forma quedó como El Miserere de Eslava hasta nuestros días.

Prohibido por Palacio

Como bien nos recuerda el periodista Antonio Burgos, «la interpretación del Miserere formaba parte de los grandes fastos de la liturgia de Semana Santa en la Catedral. En el oficio de coro del Miércoles Santo, se interpretaba solemnemente a toda orquesta y por cantantes famosísimos ese Salmo 51. Un versículo lo rezaba el coro de canónigos y le respondía con el siguiente la orquesta, cantante y coros». Dicho lo cual, resultaba todo un espectáculo escuchar aquella maravilla musical, como de ‘ópera italiana a lo divino’ atronando bajo el templo mayor de Sevilla, el cual solía llenarse cada año. Una cita a la que no faltaban los mejores cantantes de ópera de la época, y en la que el público hispalense respondía susurrando de memoria las partes más solemnes: «Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam»; «Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et occulta sapientiae tuae manifestasti mihi», o el espectacular do de pecho «Ut aedificentur muri Ierusalem». Burgos subraya igualmente el «Redde mihi Laetitiam salutaris tui: et spiritu principali confirma me», que en su momento interpretaban las voces blancas de los seises. Pese a todo, con la llegada del siglo XX, el Miserere tuvo que enfrentarse a su peor época. Como apunta el crítico Enrique Franco: «Cuando una música adquiere tal significación popular, es decir, cuando a sus valores intrínsecos se incorporan otros de distinto signo y más larga onda, es inútil bogar contra corriente. Es lo que hizo el cardenal Segura cuando prohibió la interpretación del Miserere en la catedral sevillana, apoyándose en buenas razones de inadecuación estilística». Salió entonces la pieza de la catedral hispalense y pasó al teatro y, por entonces, algunos prohombres sevillanos que regían los medios de comunicación lo llevaron a Madrid. Por fortuna, el director de la Banda Municipal y autor de la marcha Coronación de la Macarena, don Pedro Braña, lo recuperó en versión de concierto y fue interpretado muchos años en la iglesia de la Anunciación. Luego tomó el testigo Luis Izquierdo, con la Orquesta Sinfónica, que incluso volvió a interpretarlo en la propia Catedral, el Sábado de Pasión. Y así hasta nuestros días, donde un año más tendremos ocasión de disfrutarlo en el Templo Metropolitano gracias a la Asociación Coral de Sevilla, creada en 1959 por un grupo de entusiastas de la música vocal, y cuyo repertorio incluye Polifonía renacentista, popular y europea, amén de oratorios, ópera, zarzuela y música de Navidad. Junto a ellos estará la Coral Alfonso XI de Alcalá la Real y la Orquesta Pro-Unión Hispalense de la Escolanía de los Palacios.