La orquesta especializada en bandas sonoras volvió a conquistar a los espectadores de FIBES con un sensacional concierto. Fiel a su estilo, Constantino Martínez-Orts, director y alma máter del proyecto, optó por un repertorio popular, al que sumó perlas de Korngold, Broughton o Powell

¿Quién no ha soñado alguna vez con emular a Marty McFly y viajar al pasado en un DeLorean? ¿Y recorrer el Caribe con el pirata Jack Sparrow? ¿Y caminar entre dinosaurios junto a Ian Malcolm? No en vano, todos, absolutamente todos, nos hemos sentido fascinados por el séptimo arte desde que nuestros padres nos llevaron por primera vez a una sala de cine. Una historia que comenzó en París el 22 de marzo de 1895, cuando los hermanos Auguste Marie Louis Nicolas y Louis Jean presentaron su celebérrima Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir, y que continúa hasta hoy, con los estrenos más destacados de la temporada. Casi ciento veinticinco años de magia que nos han permitido desconectar de la rutina, ahogar las penas o descubrir un mundo más justo o apasionante, por el módico precio de una entrada. ¿Y qué habría sido de esas películas, sin la necesaria aportación de la música? ¿Recordaríamos con la misma intensidad las peripecias de Amélie Poulain sin los sones de acordeón de Yann Tiersen? ¿Podríamos sumergirnos en la Inglaterra de los años veinte —con el mismísimo duque de York tartamudeando— sin el minimalismo polifónico de Desplat? ¿Experimentaríamos la crueldad de la guerra de Secesión sin la partitura de Bill Conti? Muy probablemente no. Y es que las bandas sonoras aportan un componente emocional considerable cuando se trata de hacer cine, ya que, «nuestra respuesta a ciertas clases de ruido es tan profunda que no podemos apagarla», según el compositor Neil Brand.

¡Cuán listo es Constantino!

Un momento del concierto en FIBES. Fotografía Iván Puente

Emoción, emoción y más emoción. Es la mejor manera de definir los sentimientos que nos inspiran los acordes de Star Wars, Willow o El secreto de la pirámide, filmes que marcaron nuestra infancia y nos impulsan a dejar volar la imaginación. Que nos permiten compartir hermosos recuerdos con nuestros seres queridos, y hasta se adueñan de nuestras almas por un instante. Emoción que sólo los grandes saben alumbrar desde las teclas de un piano —ahora mismo pienso en Miklos Rozsa, Max Steiner, Ennio Morricone o John Barry, y se me pone la carne de gallina—, y que pocos consiguen recrear con una batuta en la mano. Es el caso de Constantino Martínez-Orts, un apasionado de la música fílmica, cuya capacidad para evocar a esos genios va grabada a fuego en su ADN. ¡Cuán fácil resulta montar un concierto de bandas sonoras!, pensarán algunos al ver los anuncios de la Film Symphony Orchesta. ¡Cuán comercial y rentable!, dirán otros, tras comprobar cómo llenan auditorios y teatros de toda España. ¡Cuán listo es Constantino!, afirmamos los que llevamos años acudiendo a sus fantásticos conciertos. Y es que para montar una gira como las de la FSO hay que ser muy agudo, sí. Tanto como el emperador romano del que toma el nombre este inclasificable director. Pero también muy estudioso y trabajador. Y muy sensible. Y muy artista.

Un show que nunca defrauda

Precedido por un tour triunfal de muchos e intensos meses, la FSO se plantó en el que, desde hace unos años, es su cuartel general en la ciudad de la Giralda: el Auditorio de  FIBES. Y lo hizo rodeada de la expectación habitual, con todo el papel vendido y la artillería pesada de su repertorio. Desde Zimmer a Horner, pasando por Giacchino, Silvestri y Menken. Un equipo infalible y de los que dejan huella, que, sumado a los tótems del soundtrack —John Williams a la cabeza—, hicieron vibrar a los más de tres mil espectadores que se dieron cita en Sevilla Este. No faltaron piezas de las películas y autores mencionados, ni tampoco las habituales propinas a las que nos tiene acostumbrados el director valenciano —este año con la aportación de la soprano Paloma Friedhoff y el acordeonista Ignacio Herrero—. Ya se acuda cinco veces seguidas al show de Martínez-Orts, este nunca defrauda, pues su capacidad de reinvención es tan preclara como sus dotes para la escena —¡qué gran actor se ha perdido el teatro!—. Buen ejemplo de ello son sus introducciones a los temas que interpreta la orquesta (didácticas, intensas, histriónicas); su manera de dirigirse a los músicos (práctica, medida, patriarcal); y, muy especialmente, el modo en que enfoca cada directo (con la ilusión del que empieza y la seguridad del que sabe). Con estos mimbres resulta imposible no volar en la nave de Interstellar, sentirse un superhéroe en la batalla de Avengers: Endgame, o suspirar por Entrenar a tu dragón. En suma, sentirse partícipe de una aventura que comenzó antes de ayer en un cine de barrio, y hoy termina por perpetuarse gracias a este maravilloso proyecto.