El Ayuntamiento de Sevilla acoge hasta el 24 de marzo «Universo Amarguras», una exposición colectiva en torno al centenario de la célebre marcha procesional, en la que participan 21 artistas plásticos. Entre sus diversas piezas sobresale un piano de 1902 que pudo acoger las primeras notas creadas por Font de Anta

Antes que pintor y cartelista, Fernando Vaquero estuvo consagrado a la música. Quizás por eso, el año del centenario de la marcha Amarguras, su mente inquieta le instaba a aportar algo distinto con lo que sorprender a los cofrades de Sevilla. Una tarea complicada incluso para un hermano de nómina, pues no han sido pocos los artículos, conferencias, documentales, mesas redondas o conciertos surgidos en torno a la referida efemérides. Un programa diseñado en su mayor parte por la corporación de San Juan de la Palma, que nos ha permitido descubrir aspectos curiosos y desconocidos de una composición magistral, así como de sus artífices. Pero se ve que a Vaquero no le asustan los retos, y haciendo caso a Cicerón —«cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria»— ha logrado hilvanar un conjunto de pensamientos para dar como resultado ‘Universo Amarguras’. ¿Y a qué nos estamos refiriendo exactamente? Pues a una exposición que es más que una exposición y a un homenaje que trasciende los homenajes. Y nadie mejor que el propio ideólogo para explicarlo: «Estoy seguro que a cada sevillano, cuando escucha Amarguras, se le viene una imagen a la cabeza. A algunos, la imagen del palio de la Amargura meciéndose; otros verán la calle Feria, otros pensarán en el cortejo o en el Silencio Blanco, en la historia de esta Hermandad o en Sor Ángela… Y qué decir de lo que siente un pregonero cuando la escucha momentos antes de su pregón. Pues bien, esa es la idea de esta exposición».

De Martín Mena a Jesús Zurita, pasando por Daroal

Ubicada en la planta baja del Ayuntamiento de Sevilla y de acceso libre hasta el 24 de marzo, ‘Universo Amarguras’ reúne a un total de veintiún artistas, coordinados por el citado Vaquero con un objetivo común: la cofradía del Domingo de Ramos y todo su universo plástico. Una muestra en la que los visitantes podrán ver desde acuarelas a óleos, pasando por instalaciones, montajes fotográficos y dibujos a grafito. Es decir, un conjunto de poemas visuales que pretende evocar no solo el momento histórico en que se alumbró una de las melodías más reconocibles de nuestra Semana Santa, sino la imagen que la inspiró, el perfil de sus artífices y la atmósfera que rodeó toda la historia. Así, los visitantes que se acerquen al edificio de la Plaza Nueva, podrán sumergirse en la partitura de Manuel Font de Anta y aún reconocer su firma gracias al trabajo de Sánchez-Dalp; descifrar el «amor vertical» diseñado por José Manuel Peña; entender que ‘las amarguras no son amargas’ según los códigos de Jesús Zurita; perderse en el dolor acuoso a través del pincel de Irene Dorado; evocar los sucesos del 32 con la Virgen ‘encajonada’ de Pedernal; presenciar  una estampa cuasi mística con Martín Mena  o gozar de los perfiles oníricos de Daroal.

«Un dibujo maravilloso»

Aunque, de todas las piezas expuestas en el Ayuntamiento, es quizás el piano ubicado en la entrada lo más evocador y simbólico de la exposición. Un instrumento oriundo de Norteamérica y fechado en 1902, que pudo tener el privilegio de acoger las primeras notas de la legendaria composición. Propiedad de la Banda Municipal de Sevilla, su carcomida madera y sus teclas desgastadas por el tiempo —algunas incluso presentan quemaduras de cigarrillos—, son el mejor testimonio de ese siglo que nos separa de la creación del mito. Y es que, como bien recuerda Fernando Vaquero, «si la marcha Amarguras fuese un cuadro, Font de Anta habría compuesto en Madrid un dibujo maravilloso, acabadísimo y preciosista; pero fue su padre quien dotó a ese dibujo de color». Y al decir ‘padre’ nos estamos refiriendo a Manuel Font Fernández de la Herranz, patriarca de la familia de músicos y último responsable del éxito de Amarguras. Posiblemente, sin su empeño en el encargo y cuidada instrumentación, la pieza no habría visto la luz, o al menos no lo habría hecho de un modo tan elegante y notorio. Es por ello que debemos agradecer a los diferentes participantes en la muestra su evidente compromiso. A la Banda Municipal y su director, Francisco Javier Gutiérrez Juan, su implicación y generosidad; y a los responsables del consistorio el dar cobijo a esta idea. Pero lo que nunca podremos agradecer lo suficiente es el poder contemplar un retazo de una época pasada materializado en madera y marfil. Una reliquia para melómanos que nos invita a soñar y a imaginar la banda sonora de nuestra Semana Santa, de nuestra ciudad y nuestra vida —si las teclas hablaran—. Y como la mayor parte de esta historia, también es culpa de Vaquero.

 

 

 

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